martes, 28 de abril de 2015

Pasaje 18: "Phoenix", de Christian Petzold


“Phoenix”, de Christian Petzold, es una película de fantasmas. Pero no estamos hablando de una película que muestre a seres paranormales o personajes que vienen del más allá: lo decimos por sus personajes espectrales, que lo que buscan es volver a ser alguien después de una masacre en la que han perdido todo, desde el rostro hasta la identidad.

Nelly (Nina Hoss) es una mujer que es rescatada por una amiga de un campo de concentración. Alemania ya no es más controlada por los Nazis, pero la decadencia de esa sociedad que se está reconstruyendo se siente en todos lados, desde la militarización hasta los ambientes sórdidos, donde la gente hace lo necesario para sobrevivir. El rostro de la mujer, que nadie sabe que ha sobrevivido al horror del holocausto, ha sido deformado, y si bien una reconstrucción facial permite que vuelva a ser ella, sus rasgos ya no son los mismos. La amiga busca irse con Nelly a Palestina, al nuevo estado judío; pero ella lo único que desea es encontrar a Johnny, su esposo, a pesar que ella sabe que hay muchas chances que él haya sido el que la haya denunciado.

Y es partir de ese momento que los espectros comienzan a aparecer. Porque Nelly ya no es Nelly: su nuevo rostro y que nadie sepa que está viva la hacen un ser errante, desconocido, que se desplaza por ese mundo como si fuera un fantasma. Y el reencuentro con Johnny le va permitiendo obtener una nueva humanidad. Humanidad que Petzold, uno de los referentes del cine alemán el día de hoy, filma a partir de gestos y pequeños detalles. La forma de escribir, de caminar, de mirar se van convirtiendo en la manera del personaje de volverse de nuevo alguien. Y cada uno de sus pasos viene cargado de la melancolía de saber que ella ya no es la misma, que algo de su pasado y de su identidad se quedó, para siempre, en el terror que le tocó vivir.

 “Phoenix” es una película que muestra a personajes complejos, incompletos: todos llevan algún tipo de marca profunda, ya sea por haber sido golpeados por el régimen nazi como por haber sido colaboradores. Y esa ambigüedad se siente en la película: los tonos son grises, los personajes aparecen fríos y desconfiados en su trato. Petzold aprovecha los silencios de tales situaciones para generar una tensión creciente, que se establece a partir de detalles mínimos. Como lo demostró en la notable “Jerichow” o en “Barbara”, el alemán debe ser de los mejores cineastas en trabajar la contención y lo no dicho, y de hacer de ella un elemento narrativo tan o más poderoso que aquello que si vemos. “Phoenix” tiene su fuerza en lo espectral y ambiguo; en esa tensión que se siente a pesar que no es visible.

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