“Phoenix”, de Christian Petzold, es una película de fantasmas.
Pero no estamos hablando de una película que muestre a seres paranormales o
personajes que vienen del más allá: lo decimos por sus personajes espectrales,
que lo que buscan es volver a ser alguien después de una masacre en la que han
perdido todo, desde el rostro hasta la identidad.
Nelly (Nina Hoss) es una mujer que es rescatada por una amiga de
un campo de concentración. Alemania ya no es más controlada por los Nazis, pero
la decadencia de esa sociedad que se está reconstruyendo se siente en todos
lados, desde la militarización hasta los ambientes sórdidos, donde la gente
hace lo necesario para sobrevivir. El rostro de la mujer, que nadie sabe que ha
sobrevivido al horror del holocausto, ha sido deformado, y si bien una
reconstrucción facial permite que vuelva a ser ella, sus rasgos ya no son los
mismos. La amiga busca irse con Nelly a Palestina, al nuevo estado judío; pero
ella lo único que desea es encontrar a Johnny, su esposo, a pesar que ella sabe
que hay muchas chances que él haya sido el que la haya denunciado.
Y es partir de ese momento que los espectros comienzan a aparecer.
Porque Nelly ya no es Nelly: su nuevo rostro y que nadie sepa que está viva la
hacen un ser errante, desconocido, que se desplaza por ese mundo como si fuera
un fantasma. Y el reencuentro con Johnny le va permitiendo obtener una nueva
humanidad. Humanidad que Petzold, uno de los referentes del cine alemán el día
de hoy, filma a partir de gestos y pequeños detalles. La forma de escribir, de
caminar, de mirar se van convirtiendo en la manera del personaje de volverse de
nuevo alguien. Y cada uno de sus pasos viene cargado de la melancolía de saber que
ella ya no es la misma, que algo de su pasado y de su identidad se quedó, para
siempre, en el terror que le tocó vivir.
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