sábado, 16 de mayo de 2015

Estrenos: "Desaparecer", de Dorian Fernández-Moris



ALERTA DE SPOILERS: SE REVELAN ALGUNOS DETALLES DE LA RESOLUCIÓN DEL FILME

“Desaparecer” comienza directa, sin pausa: Milena (Virna Flores) desaparece en la Selva y su enamorado, Giovanni, (Ismael La Rosa) decide ir a Iquitos a buscarla. Con la ayuda de un policía, el capitán Ganoza (Óscar Carrillo), llega a una comunidad cuya población está desesperada: unas niñas han desaparecido sin dejar el menor rastro. Los pobladores creen que son los Yakurunas, seres mitológicos mitad hombres mitad peces, quienes los han capturado. Pero poco a poco el hombre irá descubriendo que los viajes de su novia a la región amazónica tenían un trasfondo bastante peligroso.

En los primeros momentos, sobre todo en la llegada a la comunidad, el filme de Dorian Fernández-Moris nos va presentando la Selva como un lugar tenso, en donde todos parecen saber más de lo que dicen y cuyos rincones parecen tener algo secreto y oscuro. Ese aprovechamiento del espacio genera interés: el cineasta parece preocupado por crear un ambiente cinematográfico que no sea sencillo para el protagonista, que viene de Lima y que se encuentra en un sitio que no funciona con las mismas reglas que él conoce. En eso ayuda en personaje de Teddy Guzmán, la teniendo gobernadora, una encarnación de poder que siempre parece estar ocultando algo.

Pero poco a poco la película se va decantando por la pesquisa. Y ahí comienzan los problemas. Porque el filme deja de lado esa creación de ambientes siniestros y misteriosos para ir de lleno a la acción. “Desaparecer” opta por seguir la anécdota, por ilustrar su línea narrativa en vez de expandirla y potenciarla explotando justamente esa dimensión siniestra y peligrosa que había construido en sus primeros minutos. Lo que va  quedando, de esta manera, son situaciones que ilustran una fórmula de manera aplicada, pero que van diluyendo ese carácter más oscuro y tenso que se vislumbraba en la llegada de los personajes a la Amazonía. La mitología del lugar, con sus brujas y su mitología, van siendo relegados a meros elementos decorativos de la historia, cuando su potencial le pudo haber dado más tensión a la propuesta.

Otro problema del filme es justamente su carácter de cine de denuncia. No es que utilizar una película para alumbrar ciertos aspectos preocupantes de la sociedad sea algo malo (cuantos cineastas, desde John Ford hasta Ken Loach, lo han hecho de manera convincente y, en algunos casos, magistral). El tema está cuando ese ánimo por denunciar pasa por encima de los personajes, transformándolos en caricaturas. Dos ejemplos muy claros: la teniente alcaldesa que compone Guzmán comenzó como un personaje cuya sola presencia sugería que había algo extraño en ella. Pero esa capacidad para sugerir se va yendo mientras el tono de denuncia se va haciendo más evidente, y la buena Teddy termina siendo una villana de caricatura, que más es lo que grita y declama que lo que intimida.

Lo mismo se puede decir del periodista que compone Reynaldo Arenas. Al principio parece un aliado, pero en una escena todo eso se vuelca y queda como un corrupto. El problema de esa escena es que nos pinta al personaje como un estereotipo de la corrupción, como para que quede muy claro quienes son los buenos y quienes son los malos. Lo mismo se puede decir del norteamericano que controla el negocio que corrompe a la comunidad: su presencia está para recalcar a punta de trazo grueso que los malos son malísimos, sin ningún tipo de matiz.

Diera la impresión que “Desaparecer”, para que la denuncia quede muy clara, decide renunciar a cualquier tipo de sutileza o de posibilidad de sugerir para transformar su mundo en uno sin matices, de buenos y malos. Y eso, al final, termina debilitando su causa, por más noble y urgente que sea.

sábado, 2 de mayo de 2015

Estrenos: "Los vengadores: la era de Ultrón", de Joss Whedon



Al ver “Los vengadores: la era de Ultrón”, no podía dejar de pensar en Riggan Thomson, el protagonista de “Birdman”: la nueva cinta de Joss Whedon es la película que hubiera dirigido el personaje que interpreta Michael Keaton para limpiarse y redimirse de alguna vez haber sido un superhéroe. Porque más es lo que sufren, hablan y recuerdan estos seres poderosos que lo que pelean. Y ese es el gran problema.

Porque llega un punto en el que poco importa tener un villano atractivo (Ultrón, de lejos lo mejor de la película). El centro de esta segunda parte de la saga está en ver como los personajes tienen dudas sobre su origen, sobre su pasado, sobre cómo llegaron a formar parte del equipo. Desde las crisis existenciales de Thor hasta los recuerdos del pasado de La Viuda Negra, pasando por el miedo de Iron Man, la nostalgia de Capitán América y el debate dentro de Hawkeye sobre si seguir siendo un vengador o vivir una vida de familia. Ah, y claro, también un romance trunco: el de la viuda con Bruce Banner, el Hulk que compone Mark Ruffalo.

Todo bien con esas crisis existenciales dignas de un drama con Meryl Streep. El problema está en que esos conflictos y las dudas que generan están expuestos a partir de diálogos o de flashbacks que resultan explicativos, pero nunca se transmiten a partir de una puesta en escena que permita sentir tal sensación de malestar. Lo que hacen los diálogos, de esta manera, es subrayar que los superhéroes también sufren como cualquier hijo de vecino, como para que quede muy claro. Pero la declamación de los mismos hacen que se sientan falsos, y que las dudas de los personajes queden como una simple capa de importancia dentro de una película de acción: el sueño de Riggan Thomson en todo su esplendor.

¿Qué queda? Pues las escenas de acción. Y ahí es donde la película decepciona más profundamente: cada secuencia se siente burocrática, sin la dosis de delirio o de tensión necesarias que uno puede encontrar en otros exponentes Marvel, como las recientes “Capitán América: el soldado de invierno” o “Guardianes de la galaxia”. La película nunca apuesta por el absurdo y el desenfreno o, en todo caso (y dado su carácter más serio), por el tono elegiaco (que hubiera ido muy bien con los momentos finales). ¿Qué queda? Pues una serie de secuencias que se sienten acumuladas una tras otra, sin ningún hilo que las ate; lo que las termina haciendo mecánicas, como si estuvieran ahí porque hay que cumplir poniéndolas. 


“Los vengadores: la era de Ultrón” no aporta nada nuevo al escenario: ya sabemos que Tony Stark es canchero, que Bruce Banner es torturado y que el Capitán América tiene un tono algo melancólico. Y sí, los predecibles chascarrillos que parten a partir de eso están, todos correctos. La sensación de burocracia gana en cada momento, como si ya existiera un molde preconcebido en este tipo de cine industrial que hay que tratar de no romper para no molestar o inquietar a un público global. Quizá el filme pueda entusiasmar a los preocupados por los ‘spoilers’, que creen que saber detalles de la trama pesa más que el estilo. Y eso último es justamente lo que no se encuentra en esta nueva entrega de Marvel.

martes, 28 de abril de 2015

Pasaje 18: "Phoenix", de Christian Petzold


“Phoenix”, de Christian Petzold, es una película de fantasmas. Pero no estamos hablando de una película que muestre a seres paranormales o personajes que vienen del más allá: lo decimos por sus personajes espectrales, que lo que buscan es volver a ser alguien después de una masacre en la que han perdido todo, desde el rostro hasta la identidad.

Nelly (Nina Hoss) es una mujer que es rescatada por una amiga de un campo de concentración. Alemania ya no es más controlada por los Nazis, pero la decadencia de esa sociedad que se está reconstruyendo se siente en todos lados, desde la militarización hasta los ambientes sórdidos, donde la gente hace lo necesario para sobrevivir. El rostro de la mujer, que nadie sabe que ha sobrevivido al horror del holocausto, ha sido deformado, y si bien una reconstrucción facial permite que vuelva a ser ella, sus rasgos ya no son los mismos. La amiga busca irse con Nelly a Palestina, al nuevo estado judío; pero ella lo único que desea es encontrar a Johnny, su esposo, a pesar que ella sabe que hay muchas chances que él haya sido el que la haya denunciado.

Y es partir de ese momento que los espectros comienzan a aparecer. Porque Nelly ya no es Nelly: su nuevo rostro y que nadie sepa que está viva la hacen un ser errante, desconocido, que se desplaza por ese mundo como si fuera un fantasma. Y el reencuentro con Johnny le va permitiendo obtener una nueva humanidad. Humanidad que Petzold, uno de los referentes del cine alemán el día de hoy, filma a partir de gestos y pequeños detalles. La forma de escribir, de caminar, de mirar se van convirtiendo en la manera del personaje de volverse de nuevo alguien. Y cada uno de sus pasos viene cargado de la melancolía de saber que ella ya no es la misma, que algo de su pasado y de su identidad se quedó, para siempre, en el terror que le tocó vivir.

 “Phoenix” es una película que muestra a personajes complejos, incompletos: todos llevan algún tipo de marca profunda, ya sea por haber sido golpeados por el régimen nazi como por haber sido colaboradores. Y esa ambigüedad se siente en la película: los tonos son grises, los personajes aparecen fríos y desconfiados en su trato. Petzold aprovecha los silencios de tales situaciones para generar una tensión creciente, que se establece a partir de detalles mínimos. Como lo demostró en la notable “Jerichow” o en “Barbara”, el alemán debe ser de los mejores cineastas en trabajar la contención y lo no dicho, y de hacer de ella un elemento narrativo tan o más poderoso que aquello que si vemos. “Phoenix” tiene su fuerza en lo espectral y ambiguo; en esa tensión que se siente a pesar que no es visible.

martes, 21 de abril de 2015

Pasaje 18: "Going Clear: Scientology and the Prison of Belief"

Crédito: HBO


“Going Clear: Scientology and the Prison of Belief” es una de las cintas más sorprendentes que he visto en mucho tiempo. El filme es un documental sobre la iglesia de la cienciología, una institución rodeada por la polémica debido no solo a lo que propone como creencia, sino a la manera que tiene de tratar a aquellos que pertenecen a ella. Y esto va desde pedir cada vez más dinero a los miembros para ir accediendo al conocimiento del creador del culto, L. Ron Hubbard, hasta maltratos físicos y abusos psicológicos a todos aquellos que osen dudar de las enseñanzas de la iglesia. Abusos cometidos, entre otros, por David Miscavige, el mismo líder de la agrupación hoy.

Con abundante información, la película presenta testimonios de conocidas personalidades (entre ellas, el director Paul Haggis) que pertenecieron a la iglesia y que hoy no se cansan de denunciar sus actividades. Actividades que no quedan en las descritas, sino que incluyen hostigamientos a todo aquel que ose escribir algo malo sobre la cienciología, así como claras denuncias de acoso a los ex miembros que hoy reniegan del culto, pasando por la famosa desconexión, método que obliga a un cienciólogo a no tener contacto con aquellas personas que la iglesia considera peligrosas para sus intereses.

“Going Clear…”se dedica, con mucho rigor, a mostrarnos como funciona una institución que tiene un funcionamiento mafioso. Y lo hace alejándose del alegato o de la denuncia: lo que importan son los testimonios y los datos de gente que estuvo metida en el culto y que, hoy por hoy, no entiende de qué manera pudieron tolerar todo lo que vivieron. La película, de esta manera, nos muestra hasta qué punto el fanatismo puede resultar cegador, y lo hace mostrándonos los rostros y las palabras de personas que pueden ser como uno, y que de alguna manera terminaron seducidos por un culto que hace creer que tiene las respuestas para todo.  

Pero lo aterrador no resultan solo los hechos: quizá aquello que perturba más es pensar cómo gente inteligente pudo haber vivido y tolerado ese ambiente casi fascista sobre el que se levanta la cienciología. Ese es, quizá, el mayor misterio del filme: el poder de seducción que puede ejercer la iglesia resulta casi sobrenatural. Muchas personas (desde Tom Cruise hasta John Travolta, pasando por todos los entrevistados del filme) cayeron. Y el filme es la crónica del lento y doloroso despertar de esa gente.


lunes, 20 de abril de 2015

Pasaje 18: "Mommy", de Xavier Dolan



Salvo algunas excepciones, el cine de Xavier Dolan no es de sutilezas o de momentos finos: se trata de un cine muy emocional, interesado en observar lo disfuncional o extraño pero desde un ojo casi cómplice, con una calidez que se refleja en el estilo del joven realizador canadiense, que cuenta con 5 películas a sus 26 años. Dolan se siente cercano a sus personajes incompletos y como logran formas de conexión que pueden parecer improbables, pero que les dan algunos atisbos de felicidad. Una felicidad que, por supuesto, no puede durar: hay algo de rebeldía pero también de tragedia en los seres que crea el realizador canadiense.

“Mommy” cuenta la historia de Steve, un adolescente hiperactivo, incapaz de regirse por las mínimas reglas de comportamiento, y Diane, su madre, una mujer con un comportamiento también disfuncional. Ambos se aman, pero la relación tiene altos y bajos, picos de extremo cariño como de violencia intolerable. De pronto, una vecina, Kyla, con un problema de lenguaje, entra a la vida de ambos y así se crea una particular familia que encuentra momentos de alegría puros, acaso los únicos que pueden tener.

Y Dolan filma esos momentos como lo que son: ráfagas que se definen a partir de la música, de la cámara lenta, de gestos expresivos que demuestran esa alegría. De  nuevo: al realizador no le interesa mostrarse sutil: por el contrario, acerca su cámara al rostro de los actores y muestra sus alegrías y sus penas, sus desbordes y sus tristezas, sus crispaciones y sus satisfacciones. Y es justamente en esos arranques de emotividad que la película consigue crear una calidez que se mantiene incluso cuando la violencia aparece de manera intempestiva en Steve. De pronto, nos volvemos cómplices de su conducta como también de todo lo que hace la errante Diane, cuyo único acierto como madre quizá se el amor que siente por su hijo. El realizador canadiense no oculta jamás su simpatía por estos seres imperfectos que marcan su mundo cinematográfico.

Pero quizá son justamente esas ráfagas las que nos hacen darnos cuenta que la situación entre los tres es efímera, que la posibilidad de ser felices para personas tan fuera de la norma puede ser algo pasajero, pero que de ninguna manera va a durar. De ahí que haya un fuerte tono de melancolía que rodea a todo el filme, como si ese mundo de perdedores no tuviera sitio en los suburbios que el cineasta muestra, donde se espera que la mujer cumple un rol de madre abnegada.


“Mommy” es una cinta que apuesta por la emoción y la muestra con urgencia, con explosiones que pasan del cariño absoluto a la violencia en una sola secuencia. Y es así porque Dolan sabe que esa intensidad son como pequeñas explosiones que duran un tiempo, pero que simplemente quedan ahí, como si de un fuego artificial se tratara. El dolor está siempre presente y tarde o temprano,  caerá con fuerza sobre estos personajes que no siguen la norma. Un dolor que tiene el sabor de la normalidad, de aquello que es dictado por lo políticamente correcto, por lo socialmente aceptable. “Mommy” es un grito, acaso inútil pero tremendamente genuino, para rebelarse contra esa normalidad.

viernes, 17 de abril de 2015

Más del Bafici 2015: "El incendio", de Juan Schnitman



“El incendio”, cinta argentina de Juan Schnitman, narra el declive de la relación de una pareja. Ambos están a punto de comprar una casa, pero las grietas en el romance se van haciendo intolerables. Y los dos lo saben; y lo que es peor: lo sienten. Lo sienten en su día a día, en su trabajo, en esos momentos incómodos que pueden pasar juntos.

Esa idea de sentir es muy importante, porque la película parece impregnada de violencia. Pero no se trata de una violencia física, que explota de maneras más o menos viscerales: se trata de una violencia que está en lo cotidiano, en las pequeñas acciones, en los momentos aparentemente intrascendentes. Desde una discusión de pareja hasta un altercado en el lugar de laburo, pasando por aquellos situaciones en las que los personajes están solos y buscan encontrar algún tipo de solución a la tensa situación que viven.

“El incendio” es una película intensa, de sensaciones que explotan pero que lo hacen en los planos más cotidianos, en aquellos momentos en que uno podría pensar que no pasa nada, y sin embargo pasa de todo. Es como si el malestar mismo contagiara otros elementos de la vida de los personajes: de pronto, aquellas situaciones que uno puede relacionar al azar o a un hecho desafortunado de la misma cotidianidad se ven inmediatamente conectadas a esa sensación tensa, de situación que está a punto de explotar, como es la relación entre los personajes.


¿Y como se conectan? Pues la cámara en mano, de planos largos, de Schnitman, es la base para este retrato: nerviosa, sigue a los cuerpos de los personajes y los muestra de manera descarnada, mostrando su crispación en todos los niveles. En “El incendio”, no parece haber posibilidad de paz o de solución posible: hasta los momentos aparentemente más relajados (como la notable escena de sexo hacia el final de la película) están impregnados por una especie de crispación o de urgencia que hace recordar en algo al cine de Casavettes.  El director argentino coloca la violencia como una conviviente más de la relación, relación de la que somos testigos del triste y lento final. De ahí la sensación de inquietud que genera el filme.

miércoles, 15 de abril de 2015

Bafici 2015: "Atomic Heart"



La iraní “Atomic Heart” es una de esas películas que se te quedan en la memoria buen tiempo después de haberla visto. Quizá se deba a sus cambios de tono; acaso a la frescura con la que plantea su propuesta. Una frescura que pasa por distintos géneros: desde la comedia absurda hasta el cine de ciencia ficción, con toque de thriller y cine de terror.

Dos amigas salen de una fiesta. En su carro (vaya novedad en el cine iraní), conversan de cosas banales y escuchan música. Se encuentran con un amigo. De pronto, se ven envueltas en un pequeño accidente que incluye a la policía. Ahí, un misterioso hombre llega a ayudarlas. Y esa persona irá reapareciendo durante toda la noche, volviéndose un ser cada vez más siniestro y atemorizante.

Ali Ahmadzadeh, el director del filme, es muy consciente del cine de su propio país. Y, por eso, utiliza varios códigos que lo han caracterizado para desarmarlos. Sí, los personajes paran en un carro y la cámara se fija en sus rostros, pero hablan de temas llenos de referencias a la cultura pop (el diálogo sobre “Argo” es notable), riéndose y divirtiéndose, como si estuviéramos en una comedia juvenil. Pero lo que parecía que iba a mantenerse en ese tono va mutando y cambiando, haciendo de la noche en Teherán un ambiente cada vez más tétrico. La cinta se va alejando del realismo para ir adquiriendo tonos más sombríos y pesadillezcos, siempre jugando con los géneros y yendo de un lado a otro.


El director transita en esos cambios de tono con fluidez, como si en ese ambiente pudieran convivir el relajo con la tensión, la realidad con el sueño. De pronto, la noche de Teherán se convierte en un lugar de otra dimensión, donde todo puede ocurrir. La lectura política no puede ser ajena: el filme ocurre en los finales del gobierno de Mahmoud Ahmadinejad, que fue represivo y fundamentalista. Y, quizá, los personajes de “Atomic Heart” están viviendo los estertores de una pesadilla que ya se está acabando. Y, como toda pesadilla, todo se va volviendo más negro y más siniestro mientras ésta va llegando a su fin.