Al ver “Los vengadores: la era de Ultrón”, no podía dejar de
pensar en Riggan Thomson, el protagonista de “Birdman”: la nueva cinta de Joss Whedon es la película que hubiera dirigido el personaje que interpreta Michael
Keaton para limpiarse y redimirse de alguna vez haber sido un superhéroe.
Porque más es lo que sufren, hablan y recuerdan estos seres poderosos que lo
que pelean. Y ese es el gran problema.
Porque llega un punto en el que poco importa tener un
villano atractivo (Ultrón, de lejos lo mejor de la película). El centro de esta
segunda parte de la saga está en ver como los personajes tienen dudas sobre su
origen, sobre su pasado, sobre cómo llegaron a formar parte del equipo. Desde
las crisis existenciales de Thor hasta los recuerdos del pasado de La Viuda
Negra, pasando por el miedo de Iron Man, la nostalgia de Capitán América y el
debate dentro de Hawkeye sobre si seguir siendo un vengador o vivir una vida de
familia. Ah, y claro, también un romance trunco: el de la viuda con Bruce
Banner, el Hulk que compone Mark Ruffalo.
Todo bien con esas crisis existenciales dignas de un drama con Meryl Streep. El problema está en que esos conflictos y las
dudas que generan están expuestos a partir de diálogos o de flashbacks que
resultan explicativos, pero nunca se transmiten a partir de una puesta en
escena que permita sentir tal sensación de malestar. Lo que hacen los diálogos,
de esta manera, es subrayar que los superhéroes también sufren como cualquier
hijo de vecino, como para que quede muy claro. Pero la declamación de los
mismos hacen que se sientan falsos, y que las dudas de los personajes queden
como una simple capa de importancia dentro de una película de acción: el sueño
de Riggan Thomson en todo su esplendor.
¿Qué queda? Pues las escenas de acción. Y ahí es donde la
película decepciona más profundamente: cada secuencia se siente burocrática,
sin la dosis de delirio o de tensión necesarias que uno puede encontrar en
otros exponentes Marvel, como las recientes “Capitán América: el soldado de
invierno” o “Guardianes de la galaxia”. La película nunca apuesta por el absurdo
y el desenfreno o, en todo caso (y dado su carácter más serio), por el tono
elegiaco (que hubiera ido muy bien con los momentos finales). ¿Qué queda? Pues
una serie de secuencias que se sienten acumuladas una tras otra, sin ningún
hilo que las ate; lo que las termina haciendo mecánicas, como si estuvieran ahí
porque hay que cumplir poniéndolas.
“Los vengadores: la era de Ultrón” no aporta nada nuevo al
escenario: ya sabemos que Tony Stark es canchero, que Bruce Banner es torturado
y que el Capitán América tiene un tono algo melancólico. Y sí, los predecibles
chascarrillos que parten a partir de eso están, todos correctos. La sensación
de burocracia gana en cada momento, como si ya existiera un molde preconcebido
en este tipo de cine industrial que hay que tratar de no romper para no
molestar o inquietar a un público global. Quizá el filme pueda entusiasmar a los
preocupados por los ‘spoilers’, que creen que saber detalles de la trama pesa
más que el estilo. Y eso último es justamente lo que no se encuentra en esta
nueva entrega de Marvel.
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