Salvo algunas excepciones, el cine de Xavier Dolan no es de
sutilezas o de momentos finos: se trata de un cine muy emocional, interesado en
observar lo disfuncional o extraño pero desde un ojo casi cómplice, con una
calidez que se refleja en el estilo del joven realizador canadiense, que cuenta
con 5 películas a sus 26 años. Dolan se siente cercano a sus personajes
incompletos y como logran formas de conexión que pueden parecer improbables,
pero que les dan algunos atisbos de felicidad. Una felicidad que, por supuesto,
no puede durar: hay algo de rebeldía pero también de tragedia en los seres que
crea el realizador canadiense.
“Mommy” cuenta la historia de Steve, un adolescente
hiperactivo, incapaz de regirse por las mínimas reglas de comportamiento, y Diane,
su madre, una mujer con un comportamiento también disfuncional. Ambos se aman,
pero la relación tiene altos y bajos, picos de extremo cariño como de violencia
intolerable. De pronto, una vecina, Kyla, con un problema de lenguaje, entra a
la vida de ambos y así se crea una particular familia que encuentra momentos de
alegría puros, acaso los únicos que pueden tener.
Y Dolan filma esos momentos como lo que son: ráfagas que se
definen a partir de la música, de la cámara lenta, de gestos expresivos que
demuestran esa alegría. De nuevo: al
realizador no le interesa mostrarse sutil: por el contrario, acerca su cámara
al rostro de los actores y muestra sus alegrías y sus penas, sus desbordes y
sus tristezas, sus crispaciones y sus satisfacciones. Y es justamente en esos
arranques de emotividad que la película consigue crear una calidez que se
mantiene incluso cuando la violencia aparece de manera intempestiva en Steve.
De pronto, nos volvemos cómplices de su conducta como también de todo lo que
hace la errante Diane, cuyo único acierto como madre quizá se el amor que
siente por su hijo. El realizador canadiense no oculta jamás su simpatía por
estos seres imperfectos que marcan su mundo cinematográfico.
Pero quizá son justamente esas ráfagas las que nos hacen
darnos cuenta que la situación entre los tres es efímera, que la posibilidad de
ser felices para personas tan fuera de la norma puede ser algo pasajero, pero
que de ninguna manera va a durar. De ahí que haya un fuerte tono de melancolía
que rodea a todo el filme, como si ese mundo de perdedores no tuviera sitio en
los suburbios que el cineasta muestra, donde se espera que la mujer cumple un
rol de madre abnegada.
“Mommy” es una cinta que apuesta por la emoción y la
muestra con urgencia, con explosiones que pasan del cariño absoluto a la
violencia en una sola secuencia. Y es así porque Dolan sabe que esa intensidad son
como pequeñas explosiones que duran un tiempo, pero que simplemente quedan ahí,
como si de un fuego artificial se tratara. El dolor está siempre presente y
tarde o temprano, caerá con fuerza sobre
estos personajes que no siguen la norma. Un dolor que tiene el sabor de la
normalidad, de aquello que es dictado por lo políticamente correcto, por lo
socialmente aceptable. “Mommy” es un grito, acaso inútil pero tremendamente
genuino, para rebelarse contra esa normalidad.
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