Fuente: UIP |
Lo mejor que le pasó a la saga “Rápidos y furiosos” es que
dejó de tomarse en serio. Y comenzó a apostar por un estilo de acción demente,
intenso, alejado de cualquier atisbo de realidad y en donde la tensión se
generaba a partir de la acrobacia y de la espectacularidad. Lejos de la acción
que abruma, la saga apostó por el tono juguetón y absurdo. Y en esa apuesta
salimos ganando todos.
“Rápidos y furiosos 7” sube la apuesta a otros límites. Si
la sexta parte, con sus tanques voladores y sus correteos por aeropuertos
militares, ya llegaba a un punto muy alto de delirio, ahora tenemos unas
secuencias de acción que igualan y hasta superan lo propuesto por el filme
anterior. Desde carros voladores por Azerbaiyán hasta automóviles que
atraviesas edificios en Abu Dabi, pasando por correteos con drones y
helicópteros en Los Ángeles.
James Wan, el director, apuesta directamente, de manera
mucho más fuerte que en el filme anterior (dirigido por Justin Lin), por la
caricatura y el estilo de ‘cartoon’ en su manera de presentar las escenas de
acción. Hay algo de la plasticidad y del absurdo de ciertos dibujos animados
que alejan al filme del terreno pretencioso y abrumador de otros exponentes del
cine más industrial de Hollywood (“Transformers”, por ejemplo), y lo ponen en
un sitio gosozo, en donde el humor se cuela y se mezcla con la adrenalina. Y
consigue algunos momentos de intenso delirio. Quizá el filme no sea tan redondo
como la sexta parte, pero igual estamos ante una película que entiende que la
acción puede ser plástica y veloz, y que no hay que tener miedo de coquetear
con el absurdo. “Rápidos y furiosos 7” pone más carne en el asador. Y la
parrilla sale jugosa.
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