ALERTA DE SPOILERS: SE REVELAN ALGUNOS DETALLES DE LA RESOLUCIÓN DEL FILME
“Desaparecer” comienza directa, sin pausa: Milena (Virna
Flores) desaparece en la Selva y su enamorado, Giovanni, (Ismael La Rosa) decide ir a
Iquitos a buscarla. Con la ayuda de un policía, el capitán Ganoza (Óscar Carrillo), llega a una
comunidad cuya población está desesperada: unas niñas han desaparecido sin dejar el menor rastro. Los
pobladores creen que son los Yakurunas, seres mitológicos mitad hombres
mitad peces, quienes los han capturado. Pero poco a poco el hombre irá descubriendo que los viajes de su
novia a la región amazónica tenían un trasfondo bastante peligroso.
En los primeros momentos, sobre todo en la llegada a la
comunidad, el filme de Dorian Fernández-Moris nos va presentando la Selva como
un lugar tenso, en donde todos parecen saber más de lo que dicen y cuyos
rincones parecen tener algo secreto y oscuro. Ese aprovechamiento del espacio
genera interés: el cineasta parece preocupado por crear un ambiente
cinematográfico que no sea sencillo para el protagonista, que viene de Lima y
que se encuentra en un sitio que no funciona con las mismas reglas que él conoce.
En eso ayuda en personaje de Teddy Guzmán, la teniendo gobernadora, una
encarnación de poder que siempre parece estar ocultando algo.
Pero poco a poco la película se va decantando por la
pesquisa. Y ahí comienzan los problemas. Porque el filme deja de lado esa
creación de ambientes siniestros y misteriosos para ir de lleno a la acción.
“Desaparecer” opta por seguir la anécdota, por ilustrar su línea narrativa en
vez de expandirla y potenciarla explotando justamente esa dimensión siniestra y
peligrosa que había construido en sus primeros minutos. Lo que va quedando, de esta manera, son situaciones que
ilustran una fórmula de manera aplicada, pero que van diluyendo ese carácter
más oscuro y tenso que se vislumbraba en la llegada de los personajes a la Amazonía.
La mitología del lugar, con sus brujas y su mitología, van siendo relegados a
meros elementos decorativos de la historia, cuando su potencial le pudo haber
dado más tensión a la propuesta.
Otro problema del filme es justamente su carácter de cine de
denuncia. No es que utilizar una película para alumbrar ciertos aspectos
preocupantes de la sociedad sea algo malo (cuantos cineastas, desde John Ford
hasta Ken Loach, lo han hecho de manera convincente y, en algunos casos,
magistral). El tema está cuando ese ánimo por denunciar pasa por encima de los
personajes, transformándolos en caricaturas. Dos ejemplos muy claros: la
teniente alcaldesa que compone Guzmán comenzó como un personaje cuya sola
presencia sugería que había algo extraño en ella. Pero esa capacidad para
sugerir se va yendo mientras el tono de denuncia se va haciendo más evidente, y
la buena Teddy termina siendo una villana de caricatura, que más es lo que
grita y declama que lo que intimida.
Lo mismo se puede decir del periodista que compone Reynaldo
Arenas. Al principio parece un aliado, pero en una escena todo eso se vuelca y
queda como un corrupto. El problema de esa escena es que nos pinta al personaje
como un estereotipo de la corrupción, como para que quede muy claro quienes son
los buenos y quienes son los malos. Lo mismo se puede decir del norteamericano
que controla el negocio que corrompe a la comunidad: su presencia está para
recalcar a punta de trazo grueso que los malos son malísimos, sin ningún tipo
de matiz.
Diera la impresión que “Desaparecer”, para que la denuncia quede muy clara, decide renunciar a cualquier tipo de sutileza o de posibilidad de sugerir para transformar su mundo en uno sin matices, de buenos y malos. Y eso, al final, termina debilitando su causa, por más noble y urgente que sea.